Un rayo de sol impertinente me despertó. Estaba tumbado boca abajo sobre mi cama, con medio cuerpo fuera de ella y el brazo colgando hasta el suelo. Hice un esfuerzo para incorporarme y al instante me asaltó un fuerte dolor de cabeza fruto de los excesos de la noche anterior. Me froté los ojos y me levanté.

Ya en el baño sumergí la cabeza bajo un chorro de agua fría que me hizo sentir un leve alivio pero, aún así, seguía sintiendo un temblor continuo en el estómago, la boca pastosa y los reflejos lentos. Algo de comer es lo que me hace falta, pensé.

Entré en la cocina y comprobé que tenía todos los ingredientes para un brunch, algo entre un desayuno (breakfast) y una comida (lunch). Zumo, café y algo para la resaca: Huevos Benedict. Saqué algo de carne fría de la nevera, que calenté en el microondas. La saqué y la coloqué sobre pan de maíz untado con mantequilla. Después escalfé un par de huevos, metiéndolos sin cáscara en agua muy caliente con un chorrito de vinagre durante unos tres minutos. Dejé los huevos sobre la carne y troceé algo de cebollino por encima. La receta queda completa con salsa holandesa, fundamental para preparar unos buenos huevos benedict.



Me gusta el café de mezcla hecho en cafetera italiana. Para desayunar lo vierto en una taza alargada con una buena cantidad de espuma de leche y azúcar en cantidad. Exprimí un par de naranjas de zumo y coloqué el conjunto sobre una bandeja para llevármelo a la terraza posterior de mi casa, un pequeño espacio con una mesa de forja circular de donde se puede llegar a ver una porción de mar. Me senté a la mesa y el sol y el brunch fueron, poco a poco, devolviéndome al mundo de los vivos.