Esta mañana, mientras estaba dándome una buena paliza en una intensa clase de spinning, me he puesto a pensar en cómo será el año que viene cuando estudie el EMBA y tenga viernes y sábados ocupados por completo. Al margen de las incomodidades que esto pueda suponer (para mí son pocas, ya que estoy muy interesado en hacerlo), pensaba en lo que debe ser la dinámica de una clase con gente supuestamente interesada en el mundo de la empresa, con carácter emprendedor y con ganas e ilusión de dar forma a un sueño.

Para cuando me he dado cuenta mi mente había abandonado la clase de spinning, dejando a mis piernas trabajar solas, huyendo a otro tipo de clase, una en la que se debatía sobre qué proyecto de empresa escoger para desarrollar a lo largo del curso. La primera idea que me venía era un local tipo pub inglés con apuestas interactivas en vivo, mientras se disputaban eventos deportivos o de cualquier otra clase. Argumentaba que creía que en España este tipo de locales no existía y si esta afición había empezado a extenderse en internet, por qué no ponerle cuatro paredes y reunirlos a todos. He llegado a ponerle hasta nombre al sitio: “DeVice”. Otra alternativa, más práctica, más relacionada con lo que he estudiado, sería una empresa de proyectos de centrales de cogeneración para edificios terciarios, principalmente, y empezar a impulsarlo en edificios plurifamiliares. Con eso, llegaba a la conclusión que primero haría lo de las centrales y luego lo de los locales de apuestas. Total que, antes de acabar la clase de spinning, ya estaba nadando en un mar de dinero, cogiendo un vuelo a Nueva York para colarme en un club de jazz junto con un socio americano con el que iba a producir el primer disco del chico del saxo, el nuevo Benny Golson, según mi imaginario amigo americano. Para completar la fantasía, hasta me he vestido con un traje inglés de alpaca con chaleco, la camisa blanca remangada, un sombrero sobre la mesa junto a un whisky con hielo y mi mano seguía el ritmo de la música tamborileando sobre mi rodilla.

Huelga decir que el ritmo de la clase de spinning lo había perdido hacía rato (o quizá nunca lo había seguido) y ahora que tocaba a su fin, ponía fin a otra de mis historias de ilusiones histriónicas.